Al examinar un producto Blázquez desde una corta distancia, se perciben claramente las distintas fuentes de inspiración de su proceso. Se observan las líneas inconfundibles de una vida al aire libre en el campo. Se reconoce el impresionante reflejo de la huella que deja su alimentación en montanera, bellota y hierba. Se descubren los detalles que genera una perfecta curación, donde se conjugan raza, salazón, clima y años de tradición para producir un cóctel genial.

Una identidad marcada por la tradición que se inicia con la cría de sus cerdos ibéricos en sus dehesas de Andalucía y Extremadura. Sigue con el secado de las piezas en sus secaderos de Crespos y Grijuelo donde el aire puro y el frío maduran cada pieza durante meses, atendidas por maestros que regulan las perfectas condiciones de humedad, temperatura y ventilación. El resultado es un sabor poderoso de matices y de ecos profundos que, como fruto añejo, permanecerá en el paladar.

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