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04/01/2012
El año que se inauguró este restaurante, todavía toreaba Cuchares, había aguadores en las calles y acababa de nacer la música de zarzuela. Aquel año se fundó también la Caja de Ahorros de Madrid, se repitió en el balcón de la villa el abrazo de Vergara que puso fin definitivamente a la Guerra Carlista y comenzaron a publicarse las primeras revistas ilustradas de España. Tampoco existía el Banco de España, ni el reloj de la Puerta del Sol, ni el Canal de Isabel II, ni el Teatro de la Opera (después Teatro Real). Y mucho menos la Gran Vía, el metro o «La catedral de Nuestra Señora de las Comunicaciones» como llamaron al edificio de Correos los castizos.
El famoso caldito de Lhardy
Quiere y no quiere decir esto, que las cosas importantes de Madrid han ocurrido desde que existe Lhardy. Sí quiere decir seguro que, después de su primera vocación -atender bien y dar de comer mejor a sus clientes-, de lo que más orgulloso se siente Lhardy es de haber sido testigo de tanto acontecimiento y de haber conectado todo el tiempo con la sensibilidad madrileña, sea cual fuera el signo que la identificara, como debe ser en este oficio de cordialidad y buen gusto.
Lhardy ha sabido conservar celosamente su atmósfera romanticista a lo largo de más de 160 años.
Alexandre Dumas comió en su restaurante al que menciona en su periplo por España. D. Benito Pérez-Galdos dice de él: «vino a Madrid a poner corbata blanca a los bollos de tahona». Azorín dice «No podemos imaginar Madrid sin Lhardy». Finalmente, al más actual Francisco Umbral, hace la siguiente referencia al local:«Unos conspiran en las tabernas y otros conspiran en Lhardy. Se empieza en los tabernáculos obreros de Vallecas y se acaba dando una cena en Lhardy, porque todo el secreto de la vida nacional está en saltar de la taberna obrerista a Lhardy».
En Lhardy se cuida el detalle -desde la presentación de las mesas hasta el acabado del plato, y se ejerce esa virtud diplomática de adivinar el gusto del cliente. Y aunque su nombre va asociado a su historia, las nuevas generaciones tienen la oportunidad de conocer un lugar donde poder recorrer a través de sus distintas ofertas, una gastronomía que siempre está de actualidad.
Famoso por su caldito, sus croquetas y su cocido, en su planta baja encontramos una tienda que ha conservado el antiguo sabor castizo. Además, tiene varios privados: Isabelino (salón principal): 60 personas, Japonés: 25 personas, Blanco: de 2 a 10 personas, Sarasate: 20 a 25 personas, Gayarre: de 2 a 10 personas y Tamberlick: de 6 a 8 personas.
Lhardy es un establecimiento que tiene mucho que ver con la Navidad por la estructura de sus salones y la variedad de productos navideños y artesanos que se pueden encontrar en la tienda delicatesen de la planta baja del restaurante